¡Murcia, que hermosa eres!
Ahora que ya estoy, de nuevo, a punto de marchar, esta vez a tierras cacereñas recuerdo al abrir el iphoto los días que pase en semana santa en Murcia. Tuvo que llegar un bilbaíno al extremo oriental de la península para que todos los días que tenía previstos llover allí se sucediesen de seguido. A pesar de ello alguien nos iba haciendo de paragüas para que siempre cayese agua cuando estábamos en el coche o en casa. En Murcia llueve distinto, se crea el ambiente fresco de una tormenta en la playa y los efectos de cualquier chaparrón son los de la riada del 83: los charcos alcanzan dimensiones de embalse, la tierra se desliza embarrada y los coches disparan arcos de agua hacia los dos lados a 100 kilómetros por hora.
Fuera del circuito de marinadors que anuncian esas galas de la primera bajo el título de "¡Murcia, que hermosa eres!" hay muchos rincones de quitar el hipo en esta pequeña comunidad. Puedes pasar de la belleza agreste de sus playas casi desiertas (sí todavía hay zonas vírgenes en el Mediterráneo) al vergel de los huertos de limoneros de los valles interiores.
Pero si me tengo que quedar sólo con un lugar de este viaje me quedo con el paisaje lunar de las minas de La Unión y ese homenaje a la autodestrucción que es Portman, una playa sin fin alimentada de sedimentos sulfurosos. La sensación de abandono es total, uno se siente como en la escena final de "El planeta de los simios". Las tuberías que vomitaban los restos de mineral todavía permanecen allí acusadoras y la vida no existe más allá de unos juncos y cuatro sapos que rodean el desastre. Deberían organizar visitas guiadas a este lugar para todos los alcaldes y gobernantes que permiten locuras como ésta o la de la albufera de Valencia y de este modo situarlos en el futuro, en una especie de pasada rápida de la cinta de la historia, a través de un viaje similar al de Mr.Scrunch acompañado de la muerte.
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